viernes, 2 de septiembre de 2005

Mi sangre es de color rojo cereza, o al menos así se ve contra el papel suave color blanco. Rojo cereza, rojo brillante, rojo caliente, me excita.

Es tan roja como aquella mañana que me mordiste tan fuerte que no dejaba de brotarme la sangre y tu solo te limitabas a lamerla y decir, -sabe a hierro, sabe dulce-, a mi me dio mucho asco. Igual que cuando íbamos en el carro y yo estaba en la parte trasera, te frenaste muy fuerte y me abrí la ceja con el golpe que me puse después de que destripaste al perrote ese, se escucho un gran quejido de dolor y luego como si pasáramos un tope, que asqueroso espectáculo cuando tuviste que lavar las llantas, y yo con mi sangre rojo cereza manchando los asientos. Ahora que me sangra la nariz debido al calor infernal que hace, me pongo a pensar si tu también tienes la sangre tan “sabrosa como yo”, me acuerdo del perrote, prácticamente lo vimos desintegrarse, volverse polvo, nadie lo movió de la avenida, apestaba, quedo todo torcido, sinceramente debo admitir que los primeros días conservo una postura muy cómica, linda diría yo, estaba todo lleno de curvas y la panza abierta, el no tenia la sangre rojo cereza, mas bien era de un rojo vivo y desagradable. Me recordaba el color de la sopa que me sirvieron en Oaxaca, yo ingenua que no sabia que era caldo con trozos de moronga, recuerdo al perro, la moronga y el sabor de tu sangre cuando te pinchaste el dedo con la rosa que me trajiste, te succione el dedo, me supo raro, como la mía pero diferente, no me gusto tu sabor. Prefiero el olor de mi sangre rojo cereza corriendo despacito entre los hilos de mis pies desnudos, tocando el piso después de su recorrido desde el centro de mi cuerpo.

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