Te vi pasar la otra noche
con aquel aire desgarbado,
posiblemente fastidiado de una ardua jornada.
Resolví no hablarte,
aunque me cegara el intenso destello de tus labios rojos acolchados,
mi corazón azoto violentamente mis oídos
con la furia de un tambor
como cada vez que te siento.
Por suerte,
siempre se pueden cerrar los ojos…